El nacimiento de mi tercer hijo
Soy madre de tres niños. Mi viaje empezó hace siete años. En mi maleta llevaba muy buenas intenciones pero muy poca experiencia y prácticamente ningún conocimiento. Poco a poco, a base de leer, informarme y reflexionar he ido tejiendo lo que yo vengo a llamar “Mi Idea de la Maternidad”. Con mayúsculas, pues es mía y sólo mía; irrepetible, como una secuencia de ADN. En dicha Idea, “intentar” es el verbo que más a menudo conjugo: intento respetar a mis hijos en todo su ser; intento respetar sus ritmos; para ello intento vivir sólo con un sueldo; intento meter la pata con mis hijos lo menos posible; cuando meto la pata, intento tranquilizarme, hablar de ello con ellos, razonarlo y pedir disculpas; intento no caer más veces de las debidas en las mismas piedras; intento hacer que el niño se sienta seguro; para ello intento no separarme de él; intento llevarlo encima siempre que sea posible; intento dormir con él… y por supuesto intento amamantarlo mientras los dos –el niño y yo- estemos de acuerdo.
En mi Idea de la Maternidad la leche materna es un elemento central. Con mis dos primeros hijos he logrado lactancias de más de dos años. Añadiría que han sido lactancias muy felices y satisfactorias, casi siempre. (nada es perfecto!) Considero que dar el pecho se convierte en una inmejorable forma de gestionar a un bebé. Todo pasa por el pecho en nuestra casa: los buenos momentos del niño, los dolores, penas y enfermedades, las alegrías, los miedos, las caídas, el sueño, los nervios, la sed, el hambre… Y paso a hablar de “nosotros” en vez de “Yo” pues en mi viaje y mi Idea, me acompaña el padre de mis hijos. Es más, en muchos momentos él muestra mayor instinto que yo. Más de una vez me he encontrado con que yo he tenido que adquirir o aprender un comportamiento que a él le encajaba naturalmente. En nuestra casa la madre es la protagonista en la crianza de nuestros hijos durante los primeros años y el padre apoya a la madre. Luego, cuando el niño cumpla 2 ó 3 años ya llegará el momento del padre.
Y así he hecho un esbozo del marco o contexto que acompaña a mi tercer hijo desde que nació. De hecho, nació bien, rápido y fácilmente. Pero luego todo se complicó. Por problemas con la placenta sufrí una hemorragia masiva y tuvieron que quitarme el útero. Mi vida estuvo en peligro durante los 4 días siguientes y luego la hospitalización se alargó otras tres semanas. Fueron días largos y duros. El recién nacido me acompañó en la habitación la mayor parte del tiempo, aunque yo no estaba en condiciones de cuidarlo. Durante esos días la tensión y la angustia nos abrumaron a menudo. Muchos miedos y preocupaciones me rondaban. Algunos eran sobre mi salud pero sobre todo me acordaba de mis hijos, especialmente del recién llegado; me angustiaba la idea de no poder atenderle y darle de mamar. Veía a mi madre y a mi pareja darle jeringuillas y biberones de leche artificial todos los días varias veces y cada una de ellas sentía una punzadita de pena. Yo intenté varias veces iniciar la lactancia. De hecho lo primero que hice al volver de la UCI fue precisamente poner al bebé al pecho, pero notaba que no tenía ni una gota de leche. Además los médicos me aconsejaron que retrasara la lactancia hasta que saliera del hospital, debido a la medicación que estaban suministrándome. Noté que consideraban seriamente el tema del pecho pero obviamente éste no estaba entre sus preocupaciones más inmediatas. Ahora, con la perspectiva del tiempo lo veo lógico y razonable; entonces, me dolía.
Entre una y otra cosa, llegó la hora de volver a casa, y enseguida me puse con el tema de la lactancia. Decidí que sí o sí iba a conseguir dar de mamar a mi hijo. Me puse en contacto con La Liga de La Leche, alquilé una máquina sacaleches para estimular ambos pechos a la vez y pasé 15 días haciendo 8 ó 9 ciclos diarios de unos diez minutos cada uno. Mientras tanto alimenté a mi hijo con leche artificial en jeringuillas, sin usar ningún tipo de tetina ni chupete. Eso sí, cada vez que podía ponía a mi hijo al pecho; leche materna no recibiría, vale, pero quería que no le faltara eso “otro” que proporciona el pecho.
Mi contacto de La Liga me había dicho que si hacía las cosas bien, en unos pocos días vería alguna gota de leche. Yo, claro, pensé que todo iba a ser pan comido: “Una vez consiga las primeras gotas, es fácil; ponerle y ponerle al pecho y enseguida conseguiré poder darle sólo leche materna” me decía a mí misma. En La Liga también me habían dicho que necesitaría mucha ayuda y que llamara tranquila, pero sinceramente, no le di demasiada importancia. De verdad que creía que le reto no era tan difícil. Y me equivoqué, claro. Fueron una vez más días muy duros. Físicamente no estaba recuperada del todo y además tenía a un recién nacido a mi cargo y a otros dos niños necesitados de toda mi atención después de un mes de ausencia e incertidumbre. El padre de mis hijos hacía lo que podía, pero después de capitanear nuestro complicado barco durante los días de hospital tampoco estaba en su mejor momento. Además los ciclos de la máquina me tenían completamente atada y me invadía la sensación de no estar atendiendo bien a nadie ni a nada. Acabé reventada física y emocionalmente.
Durante esa quincena, al cuarto día vi mi primera gota de leche. Todavía recuerdo la sensación que me recorrió el cuerpo. Recogí la gota con la punta de una jeringuilla y se la di a mi pequeño. Era amarilla y casi sólida. Nunca la olvidaré; la primera gota de leche que mi hijo recibió de mi cuerpo.
Durante los días siguientes seguí extrayendo gotas. Poco a poco, cada vez más. A las dos semanas, llegué a sacar entre 20 y 30 gotas diarias de leche. En ese punto, y una vez más gracias a la información que me proporcionaron en La Liga, tomé dos decisiones:
Primero, dejé los ciclos de la máquina sacaleches y cambié la forma de alimentar a mi hijo; pegué el extremo de una especie de fina sonda a mi pezón mientras el otro extremo de la sonda estaba sumergido en un biberón con leche artificial. La idea era que el bebé succionaría el pezón y el extremo de la sonda a la vez; así, recibiría leche artificial a través de la sonda como si de una pajita de refrescos se tratara y al mismo tiempo succionaría y estimularía el pezón de la mejor de las maneras posibles, es decir, en ciclos y frecuencias naturales.
Segundo, con el permiso de mi médico empecé a tomar medicinas para ayudar a subir mis niveles de prolactina. Hay diferentes opciones, pero yo empecé a tomar “Domperidona” tres veces al día; 30 mg/día. Después de tomar Domperidona durante una semana pasé de contar gotas a tener 3 ó 4 chorros de leche. Por desgracia es al máximo flujo de leche que he conseguido. A las dos semanas de empezar con la Domperidona, y viendo que la cosa no iba a más, en La Liga me mencionaron por primera vez el “síndrome de Sheehan”; uno de los efectos de las hemorragias masivas es que la hipófisis sufre una especie de infarto y deja de funcionar correctamente o sin más deja de funcionar. Como consecuencia, los niveles de ciertas hormonas del cuerpo bajan o desparecen, y entre esas hormonas está la prolactina, con lo que la lactancia es imposible, o casi. Unas semanas y unas cuantas analíticas y pruebas más tarde, los médicos dedujeron que ése era mi caso. Consecuencia: tendré que tomar las hormonas que son necesarias para vivir por vía oral el resto de mi vida. La prolactina sintética no existe, así que he tenido que asumir que hasta aquí hemos llegado con el tema de la lactancia: jamás conseguiré alimentar a mi hijo exclusivamente con leche materna.
Hoy en día, mi hijo tiene cinco meses y todavía sigo alimentándole con la sonda. Pienso seguir así mientras los dos estemos a gusto. No es lo mismo que darle de mamar leche materna, pero es casi igual. Mi hijo recibe el calor y la sensación de protección y de paso la poquita leche que sale. Me atrevo a decir que recibirá algo así como el 5% de su alimentación a través del pecho; el resto proviene de la sonda. Además la previsión de los médicos es que con el tiempo se parará la producción de leche. Ya veremos. La mayor parte de las veces me siento tranquila y confiada con este tema: sé que lo he intentado todo y que he llegado al máximo de mis posibilidades. Pero sigo teniendo momentos de crisis. Normalmente son los comentarios y actitudes de la gente los que activan el resorte de la duda y de la tristeza. Casi siempre es con buena intención, pero aún tengo que oír que estoy exagerando, que total con biberón se crían igual, que debería agradecer estar viva y no preocuparme tanto con el tema del pecho, que la gente de La Liga y yo somos un atajo de madres histéricas; “mira, yo me crié con leche artificial y estoy genial” es algo que también se repite mucho; o de vez en cuando alguien intenta dar el biberón a mi bebé olvidando que sólo quiero dárselo yo; hasta me han dicho que beba vino tranquila ahora que no le doy de pecho. Cuando oigo ese tipo de comentarios despreocupados me suelo sentir muy sola. Intento explicar mi postura, aunque sé que no le debo explicaciones a nadie. Algunos lo entienden, otros no. Así son las cosas!
Como no todo el mundo lo ve raro, y mucha gente también me ha apoyado, antes de terminar este texto me toca dar las gracias. Mi médico de cabecera, la matrona, la pediatra y la enfermera del centro médico de Aretxabaleta -mi ciudad- me han apoyado y ayudado en todo momento. Y por supuesto, y sobre todo están mis amigas y ángeles de la guarda de La Liga de La Leche. Sin ellas no lo habría conseguido. Han estado cuando lo necesitaba y donde las necesitaba. Han trabajado rápido y bien. Técnicamente han sido impecables, pero lo que me ha llegado al alma ha sido su cercanía y su afecto. Muchas gracias, E.